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Salvador
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El pionero del cine en Cataluña, que ha pasado a la historia como el fundador también de la cinematografía española, es Fructuós Gelabert (1874-1955), cineasta, inventor y diseñador de los primeros estudios de rodaje de España. En 1897 rodó la primera película de ficción del país, Riña de café. Poco tiempo después, fundó la empresa Diorama y, más tarde, Films Barcelona, donde adaptó las obras de Àngel Guimerà Terra Baixa (1907) y Maria Rosa (1908).

En 1914 Barcelona ya era el centro de la industria cinematográfica española, tanto a nivel de producción como de distribución, y una de las ciudades del mundo con más salas de exhibición, ya que superaban el centenar. Con el golpe de Estado de Primo de Rivera, el cine se desplazó a Madrid y Valencia, y en Cataluña cayó en la dispersión y la falta de recursos. Con todo, la afición creció y en 1928 se fundó en Cataluña uno de los primeros cineclubs del Estado, El Mirador. Ese mismo año apareció también el Manifest avantguardista sobre el cine, del grupo L’amic de les arts, entre los que se encontraban Salvador Dalí y Sebastià Gasch.

Isabel Coixet
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Isabel Coixet . © Efe

Al proclamarse la Segunda República, el nuevo régimen no mostró un interés excesivo por el cine que, entre 1931 y 1936, se consolidó como espectáculo de masas, sobre todo con las producciones norteamericanas, las preferidas del público. En 1932 se fundó en Barcelona el primer estudio de cine sonoro español: Orphea Films. Este hecho volvió a convertir la Ciudad Condal en capital de producción cinematográfica. Ese mismo año la Generalitat de Cataluña creó el Comité de Cine, organismo encargado de establecer las políticas cinematográficas desde el Departamento de Cultura. En 1933 se rodó la primera película hablada en catalán, El cafè de la Marina de Domènec Pruna, a partir de la obra de Àngel Guimerà.

Durante la guerra civil destacó la productora Laya Films, del Comisariado de Propaganda de la Generalitat de Cataluña, que produjo el noticiario semanal Espanya al dia, también en versión castellana para el resto de España, además de varios documentales en diferentes idiomas que se enviaban al extranjero para conseguir el apoyo a la causa republicana. El Partido Comunista estableció la sede de su productora Film Popular en Barcelona, y la CNT-FAI también desarrolló sus documentales cinematográficos desde la capital catalana.

A partir de 1939, como consecuencia de la guerra civil, buena parte de los cineastas se exiliaron y el resto tuvo que sobrevivir en una situación de práctica desaparición del cine. Durante la posguerra es Ignacio F. Iquino (1910-1994) el nombre que destaca por su voluntad de continuar la industria cinematográfica. En 1943 fundó la productora Emisora Films. Es tiempo de películas intrascendentes, evasivas y sometidas a una censura durísima. A pesar de la situación, en 1945 se rodó en Barcelona la primera película en color de España. Las salas de exhibición y las pocas productoras salieron adelante por la recuperación económica que supuso la década de 1950 para la dictadura franquista gracias a la ayuda de los EE.UU. En 1952, Iquino logró un reto exhibiendo El Judas, primer film en catalán durante el franquismo, prohibido el mismo día de su estreno.

Josep Joan Bigas Luna
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Josep Joan Bigas Luna. © Efe

Una nueva generación de cineastas trabajaba para las productoras típicas de la época mientras surgía algún elemento inquieto, estéticamente hablando, como Julio Coll (1919-1993) que, desde el género del thriller, presentó en 1957 Distrito quinto, adaptación de la novela de J. M. Espinàs És perillós fer-se esperar. Desde un tipo de cine más social hay que destacar la filmografía de Francesc Rovira Beleta (1913-1999).

Barcelona siguió siendo un espacio de producción y distribución y llegó a 1960 con 154 salas de cine. A pesar de ello, no había ningún signo de recuperación cultural catalana y mucho menos lingüística, ya que el idioma estaba prohibido.

Fue la década de 1960 la que permitió un ligera recuperación del cine. En 1964, el actor Armand Moreno adaptó y dirigió Maria Rosa de Àngel Guimerà, interpretada por Núria Espert en catalán. La literatura siguió inspirando a diferentes cineastas, entre los que destacó Rovira Beleta, que a partir de Romeo y Julieta creó Los tarantos (1963), candidata a los premios Oscar. Más tarde, El amor brujo (1967), del propio Beleta, repitió candidatura.

Uno de los fenómenos particulares de la cultura catalana de aquel momento fue la Escuela de Barcelona, cooperativa que reunía a diferentes cineastas y rompía con las temáticas y la estética que se hacía en el resto de la Península. Inició este movimiento Vicente Aranda (1926) con Fata Morgana (1966). En colaboración con el poeta Joan Brossa y los miembros del movimiento artístico Dau al Set, Pere Portabella (1929) realizó, entre otras, Nocturno 29 (1968). Las películas que marcaron el estilo de esta escuela son Dante no es únicamente severo (1967) de Jacint Esteva (1936) y Joaquim Jordà (1935-2006) y Después del Diluvio (1968) de Jacint Esteva.

Ventura Pons
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Ventura Pons. © Efe

Los últimos años de la dictadura y los primeros de la recuperación democrática permitieron la aparición de nuevas voces y el tratamiento en el cine de temáticas hasta entonces prohibidas. La Escuela de Barcelona, todavía activa, ofreció producciones de calidad en relación con la mayoría de las de la época comoLiberxina 90 (1971) de Carles Duran, que topó con la censura; Morbo (1972), de Gonzalo Suárez; o Iconockaut (1975) de José M. Nunes.

En 1976 se estrenaron dos películas de temática histórica: por un lado, La ciudad quemada de Antoni Ribas (1975) sobre la Semana Trágica y, por otro, Las largas vacaciones del 36 de Jaime Camino (1976) sobre el estallido de la guerra civil. Dos años más tarde, Camino presentó La vieja memoria, documental a partir del testimonio de supervivientes de la Segunda República y la guerra civil. Además de la temática histórica, el estallido de libertad abrió la puerta a una nueva generación de realizadores que exploraron otras temáticas. Son ejemplos de ello Francesc Bellmunt con La orgía (1978), Josep Joan Bigas Luna con Bilbao (1976) y Ventura Pons con Ocaña, retrato intermitente (1978).      

El transcurso de la democracia fomentó la consolidación de las carreras de muchos de estos realizadores, algunos todavía en activo y con una fuerte proyección internacional. Por lo que respecta a la producción y a la exhibición, a mediados de la década de 1980, se produjo un bajón que provocó una fuerte crisis en el sector, que no se consiguió superar en la década de 1990. Aparecieron en estos años nuevos cineastas como Agustí Villaronga (1953) con Tras el cristal (1987), Manuel Huerga (1957) con Gaudí (1989), Antonio Chavarrías (1956) con Una ombra en el jardí (1989) o Isabel Coixet (1960) con Massa vell per a morir jove (1989). En la década de 1990 debutaron Cesc Gay (1967), que ha estrenado recientemente Ficció (2006), y Marc Recha (1970), cuya última producción es Dies d’agost (2006). Las nuevas voces actuales son, entre otros, Isaki Lacuesta (1975) con Cravan vs Cravan (2000) y Albert Serra y su primer film Honor de cavalleria (2006) proyectado en el Festival de Cannes.

La cinematografía catalana entra en el siglo XXI con Barcelona como centro de producción activo. En 2004, un total de 106 películas producidas en Cataluña se exhibieron en festivales y muestras de cine del mundo. Son ejemplo de ello el documental Balseros, de Carles Bosch y Josep M. Domènech, de Bausan Films y Televisió de Catalunya, presentado en los premios Oscar. Ese mismo año en la Berlinale se proyectóLes Maletes de Tulse Luper II, de Peter Greenaway, de ABS Productions Barcelona, entre otras.

En el ámbito académico, se han convertido en referentes en el campo del cine Miquel Porter Moix (1930-2004), Joaquim Romaguera (1941-2006) y Román Gubern (1934).


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